La primera regla en el maridaje es que no existen reglas. O quizás sí. Es cierto que cuando nos adentramos en el mundo del maridaje de la cerveza debemos hacerlo con amplitud mental, sin prejuicios establecidos. Con ganas de experimentar, de recorrer, quizás, caminos poco transitados. Esa, en realidad, debería ser la primera regla. A partir de ahí, podemos avanzar sin miedo.


La cerveza está inmersa en un paso de gigante: el pasar desde la barra de los bares a las mesas de los restaurantes y nuestras casas y, en algunos casos, compartiendo y ganando espacio en las cartas de los mejores chefs de un país como es España, donde comer bien es casi una religión. Afincarse en las mesas de los restaurantes, es, en muchos casos, un recorrido de apenas un par de metros, pero supone una revolución cultural y como toda revolución, tiene sus riesgos.
Si hablamos de maridar cerveza y gastronomía, hay que tener en cuenta que el éxito de nuestra aventura dependerá de algunos factores. Maridar es combinar, pero también – y esto es muy importante- acompañar y potenciar. Es decir, el respeto entre los alimentos que se van a combinar debe existir y esa convivencia sin algaradas es la norma de conducta básica entre la bebida y la comida y viceversa. Es, por tanto, buscar el equilibrio entre ambos para hacer de altavoz de aromas y sabores. Ahí radica parte del éxito de un buen maridaje.
A partir de ese punto de encuentro, las combinaciones y las posibilidades son casi infinitas. La cerveza no está de paso en el mundo de la gastronomía, ha llegado para quedarse.
En todo caso, la cerveza tiene sus preferencias y eso es un punto que no debemos olvidar. Combina muy bien con escabeches, carnes rojas y platos donde abunda el tomate. También con postres a base de chocolate, pero no desdeña las ensaladas, verduras y el pescado azul. Es decir, la cerveza casa muy bien con casi todos los platos que llevemos hasta nuestra mesa, aunque siempre hay matices.
En ese sentido, las cervezas Lager ligeras van muy bien para la carne de vaca y barbacoas; las de trigo casan con alimentos grasos como el salmón y muchas variedades de queso, sobre todo los más grasos, que es uno de los manjares con los que mejor se lleva, en líneas generales, la cerveza; las IPA, por su característico amargor, combina con platos especiados y picantes; la Pale Ale de perfil británico con carnes rojas y las Stout o Porter, por poner un ejemplo más, con chocolates e incluso mariscos. En los libros de historia han quedado aquellos maridajes primitivos y ‘para pobres’ de la Inglaterra victoriana en los que se tomaban ostras con una Porter. También tienen buen encaje cualquier tipo de cerveza ligera de calidad con la cocina japonesa. Y así, podemos continuar casi de manera indefinida, buscando siempre contrastes, acompañamientos que potencien las características de cerveza y alimento, y que permitan alcanzar una experiencia diferente a lo que estábamos acostumbrados hasta el momento.
Es, por tanto, un mundo abierto a la experimentación total. Sólo hace falta cocinar un buen plato, combinar con un estilo de cerveza que se ajuste a sus características y abrir los sentidos.

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