Si hablamos de una cerveza de aroma malteado, en la que el amargor del lúpulo es perceptible, oscura, fuerte, con maltas sometidas a un intenso proceso de tostado, fermentación alta y con una graduación que suele oscilar entre los 4,5º y los 6º, estaríamos hablando, sin duda alguna, de uno de los estilos de cerveza que acumulan más historia y tradición tras de sí: “Las Porter”.
Sin embargo, no siempre fue así. Las Porter estuvieron al borde de la desaparición a lo largo y ancho del siglo XX. Una crisis que comenzó en la Primera Guerra Mundial y que le convirtió, mediado el siglo, allá por los años cincuenta, en una cerveza apenas consumida. La ‘resurrección’ del estilo a partir de la década de los setenta ha salvado un tipo de cerveza que hunde sus raíces casi en la ‘prehistoria’ de la tradición cervecera y con multitud de matices.
Para encontrar las primeras Porter tendríamos que retroceder en nuestra particular máquina del tiempo hasta el Londres del siglo XVIII, cuando la Revolución Industrial amenazaba con convertir la capital del imperio británico en la urbe más moderna del mundo, pero también en una ‘city’ sin corazón. En esos inviernos londinenses en los que la humedad, la niebla y el trabajo duro y sin cuartel conformaban la ‘santísima trinidad’ del día a día, trabajaban los ‘porters’ o estibadores de los mercados de abastos o muelles del Támesis. Hombres rudos, acostumbrados al trabajo duro en condiciones, en muchos casos, extremas, empezaron a consumir una cerveza elaborada ‘a tercios’ con restos de otras tres, entre la que se encontraba la llamada ‘twopenny’ por su precio de dos peniques, y que era una cerveza especialmente fuerte.
Apodada rápidamente como ‘Porter’, en honor a sus principales consumidores, que no dudaban en completar su menú con otro producto vilipendiado en sus tiempos, como eran las ostras, se hizo rápidamente popular en Londres en particular y en general en las Islas Británicas, especialmente en Irlanda, donde ganó adeptos la versión ‘dry stout’, una porter 2.0 de su época caracterizada por ser más amarga, recordar más en su sabor al café torrefacto y dejar una sensación de sequedad en el paladar.
Según escriben algunos blogs especializados, las primeras ‘porter’ se empezaron a elaborar en torno a 1722 y pronto empezaron a surgir los matices. De esta forma apareció la ‘Stout Porter’, una versión más fuerte de la ‘porter’ normal, que comenzó a llamarse ‘Plain Porter’ para diferenciarla de su versión ‘strong’. Poco a poco, las diferencias entre ‘porter’ y ‘stout’ se fueron diluyendo hasta el punto que hoy en día, cualquiera de los dos términos hace referencia al mismo estilo de cerveza.
Lo que sí es cierto es que la Porter saltó pronto desde los muelles y mercados de Londres al resto de Europa. Los ingleses la llevaron hasta la corte de los zares rusos, donde gustó mucho, y se adaptó y convirtió casi en un estilo propio al que se bautizó como Russian Imperial Stout, que potenciaba aún más el lúpulo subiendo al mismo tiempo la graduación alcohólica. También en los países nórdicos surgió una variedad, la ‘Baltic Porter’, un estilo que ha sido permeable a la influencia de la versión zarista, y en Alemania pervive un tipo de cerveza negra que recibe el nombre de ‘Schwarbier’.
En España, las cervezas negras viven un buen momento en general, con muy buenas propuestas en los catálogos de las principales cerveceras. Una de esas propuestas a degustar es, sin duda alguna, la Burro de Sancho Negra de LA SAGRA. Una porter ligera con aromas de chocolate y café que hay que probar. ¡Hagámoslo!