Cerveza artesana y territorio son dos conceptos que van unidos de una forma natural. El movimiento craft tiene, desde su origen, una vinculación casi total con su entorno. El mismo concepto de artesana lleva implícita una apuesta por la convivencia casi íntima con la zona en la que el proyecto nace, coge músculo poco a poco y se consolida.

Es un maridaje que se retroalimenta, que beneficia a ambas partes, que supone una señade identidad irrenunciable para muchos de los proyectos cerveceros que han nacido en los últimos años y que han convertido su ‘pertenencia’ a la zona donde operan en una de sus cartas de presentación.

Muchas cerveceras llevan esa vinculación desde su tarjeta de presentación: su propio nombre. Es una declaración de intenciones, una forma de decir “somos de aquí, trabajamos aquí, crecemos aquí y queremos seguir vinculados con la tierra, el pueblo, la comarca o la zona que nos ha visto nacer”.

Esa forma de entender la relación entre cerveza artesana con su área de influencia va mucho más allá de un nombre que lucen con orgullo en su etiqueta y en el que, en ocasiones, incluso, llevan implícito un vistazo al pasado, a la historia del lugar y de la comarca. El nombre determina, y en las artesanas llevar el de su pueblo es un orgullo irrenunciable. Pero el compromiso, la denominación de origen, es un concepto mucho más amplio.

Ser ‘de un lugar’ determina la forma de mostrarse al exterior, pero también conlleva un compromiso con el entorno que admite una amplia gama de modulaciones y que, en ocasiones, llega a ser total. Muchas cerveceras artesanas han hecho de esa apuesta una forma de vida casi filosófica: desde la creación de puestos de trabajo en la zona, al fomento del consumo responsable y ecológico, pasando por potenciar los productos de su área de influencia a través de la apuesta por la compra de los llamados ‘ingredientes de kilómetro cero’ y que no es otra cosa que adquirir, dependiendo del estilo que se quiera producir, todo lo necesario para elaborar cerveza a los productores de la comarca.

Esa ‘conciencia’ genera riqueza y puestos de empleo en el entorno, además de permitir un control exhaustivo de los ingredientes al producirse en el radio de acción de la cervecera, incrementando la calidad de la cerveza. Una medida en aparente muy sencilla, pero que, en cambio, es toda una declaración de intenciones.

Esa vinculación que pudiéramos llamar ‘primigenia’ tiene una segunda vuelta: la proyección al exterior. Las cerveceras artesanas trabajan en la zona, colaboran en el ‘producto interior bruto’ de sus pueblos, pero también conviven en ellos. Son actores activos. Eventos como el Summer Festival que Cervezas La Sagra organiza en las puertas de su fábrica en la localidad toledana de Numancia de La Sagra es una buena muestra de ello.

Esa ‘ventana al exterior más cercano’ se sustancia en forma de actividades con un alto componente lúdico, pero también formativo. Es una forma de mostrar el trabajo realizado, de abrir puertas y ventanas, de apostar por la transparencia total, de invitar a los vecinos a ver lo que se hace y cómo se hace en el obrador de cerveza. Es una forma de crecer juntos, con los tuyos. Como ocurrió con el vino hace ya décadas, las cervezas artesanas han entrado de lleno en el concepto de ‘denominación de origen’, entendiendo esta idea como un trayecto que empieza por la etiqueta adherida en la botella, continua contribuyendo en la generación de riqueza en el entorno y culmina con la apuesta por la transparencia a través de la celebración de eventos, catas guiadas, jornadas de formación….todo eso forma parte del adn de la cerveza artesana.

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