El CO2 es uno de los encargados de definir el sabor de nuestra cerveza y el equilibrio entre los ingredientes, mientras que el O2 “oxida” (nunca mejor dicho) el líquido, y le resta vida útil.

Desde que nuestras elaboraciones salen de la olla de hervido y se enfrían a temperaturas de fermentación estas nunca entran en contacto con el O2; siempre se encuentran en depósitos herméticos o isobáricos.

La fermentación crea, aparte del etanol que tanto nos divierte, también CO2, y nosotros usamos este gas en lugar del aire, que contiene oxígeno, para mantener la cerveza en una atmósfera libre de oxígeno en todo momento.

Nuestro encargado de laboratorio es quien se ocupa de comprobar, cada vez que se mueva la cerveza de un tanque a otro o se embotelle, que los niveles de CO2 son los adecuados, y los de oxígeno, mínimos, sobre todo al final del proceso, en el embotellado, donde se alcanzan niveles de oxígeno disuelto en la cerveza muy bajos, en torno a 50 ppb ( Partes por Billón ), lo que hace que la cerveza dure más y mantenga su sabor y aroma original durante más tiempo.

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