Doblar el Cabo de Hornos, en Sudamérica; vencer el Cabo de Buena Esperanza, la línea que separa el Atlántico del Índico, nunca han sido tarea fácil. Cuentan, que los marinos que lo conseguían, lucían el resto de su vida un aro de hierro o plata en la oreja, como testigo de una hazaña que les convertía en héroes dentro de una profesión repleta de hombres duros de pelar.

Hasta la apertura del Canal de Suez, una de las mayores empresas de ingeniería de la historia del ser humano, batir el Cabo de Buena Esperanza, bordear África por el sur, era la única ruta posible por mar para llegar desde la vieja Europa hasta los territorios de la India. Era un viaje de meses, repleto de peligros, en el que los barcos estaban expuestos a la acción de los piratas de las costas de Zanzíbar o Sri Lanka y al batir de las tormentas.

 

Era un trayecto en el que muchos casos se sabía cuando se partía, pero no la fecha de llegada, si se llegaba. A pesar de todo ello, los cerveceros ingleses se marcaron como objetivo surtir de cerveza a sus gentes del Índico, a los soldados y civiles desplazados hasta la India, la última conquista del Imperio Británico en el siglo XVIII y que, posiblemente, fue la joya más preciada de la Corona Británica hasta su descolonización, en el año 1947.

 

Vivir en la India tenía muchas ventajas para los ingleses de la época. Era un territorio de promisión, lleno de oportunidades, pero al mismo tiempo, una gran desventaja: no había cerveza. Para remediarlo, los industriales británicos empezaron a exportar cerveza en barriles, a través del Cabo de Buena Esperanza, la mítica punta de las ‘Tormentas’. El resultado era desalentador. A mediados del XVIII, en torno al año 1750, los envíos de cerveza no sobrepasaban los 1.400 barriles que, para más INRI, solían llegar en malas condiciones o directamente estropeados. El largo viaje, el movimiento de los barcos, el calor de los trópicos y la inexperiencia en la exportación de grandes cantidades de cerveza a distancias infinitas para la época, convertían el envío de cerveza a aquella parte del Imperio Británico en una misión imposible.

 

Todo cambió en torno a 1790. La leyenda apócrifa cuenta que fue un cervecero llamado George Hodgson, que trabajaba para Bow Brewery, quien dio con la solución para un problema que amenazaba con dejar sin la bebida nacional a una parte del imperio que se estaba construyendo a marchas casi forzadas.

 

Hodgson probó añadiendo más cantidades de lúpulo y alcohol, ingredientes eficaces para lograr una conservación a más largo plazo y combatir los microbios que se generaban en las travesías y, contra todo pronóstico, logró una cerveza ‘pale ale’ amarga, con alta graduación, de color ámbar, pálida y espumosa y, lo más importante, con capacidad de sobrevivir la singladura de varios meses hasta los confines del mundo. Había nacido la India Pale Ale, la popular IPA. El éxito fue inmediato. En 1800, la exportación desde Inglaterra a la India ya rondaba los 9.000 barriles. Las dark ales o porter de los primeros tiempos, habían pasado a mejor vida. Un éxito portentoso que convirtió a Hosgson en leyenda.

 

Hoy en día, dos siglos después del ‘paso del Cabo de las Tormentas’ por parte de Hodgson, las IPAS son las cervezas más populares, sobre todo en Estados Unidos, donde han hecho fortuna tanto en su ‘estilo inglés’ como en la variación autóctona de la American IPA. Su consumo en el siempre poderoso mercado americano se ha disparado en los últimos tiempos, con una enorme implantación en la costa Oeste del país de las barras y estrellas.

 

Al final, el viejo sueño de Colón de llegar a Las Indias navegando hacia el oeste, lo consiguió Hogdson con sus IPAS. No hay frontera que una buena cerveza no derribe.

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